viernes, 7 de septiembre de 2012

la radicha salvaje no iba a salvarte



Volver a escribir
después de mil naufragios seguidos
era como meter la cabeza bajo el agua
donde no había aire,
para boquear como el goldifish
antes del lanzamiento al suicidio,
con el entrenamiento diario
de diez desgracias marchitas
en dos simples fantasías.
Un piñón de amor irrompible
era como un pilar para apoyarse,
y una cadena de responsabilidades
construía las lealtades
que te cargarían en el fin de tus días.
Una planta de pentagramas
dibujaba falsos armónicos
sin himnos ni héroes
y se los comía,
dos pájaros volaban cielos
de nubes acuosas
sin un sur por un norte,
tres grillos rebeldes
me sonreían
al mismo tiempo,
en que otros dos callejeros
moriquetaeaban mimos
sin peleas que los gastaran
como se gastan, las piedras del río,
un árbol sin sombra
con dos aparentes y medio
de tres caminantes dormidos
sin, el sentido critico.
Una escotilla de pura nigredo
y subcutánea de latires espesos,
dos faldas anoréxicas
de faltas obligadas y turbias;
sin poetas, ni noches bohemias
sin elixires, ni muecas coquetas
con una tormenta de semanas enanas.
Un beat como kerouac
para morir una madrugada
sin que se entere nadie
como el moco en la silla,
una estreches inimaginada
tan picante y diluida en leche de coco,
un afan olvidable, de un ego peludo
en una pitada vacía de suspiros inmundos
en una correlación serial
de mis macanas amontonadas
cobrándome intereses.
Un pedestal de basura inorgánica
con leones comiendo toros
con dragones quemando neuronas
y con Platón induciéndonos
en pinturas rupestres.
Una pregunta mansa
que su respuesta te redefine,
y unas olas corruptas
no iban a dejarse surfear
y el ultimo chorrito de birra
es siempre el que te cae muy mal.
Una resaca de campeonato
y la radicha salvaje no iba a salvarte,
menos iba a amansar al kamikaze
que acecha lo interior.

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